Durante el confinamiento comenzaron a surgir múltiples eventos digitales. Basta seguir la serie «Africanizando el confinamiento» en África no es un país, para constatar que era el momento de volcarse en lo virtual. Después, vinieron los aplazamientos esperando un momento mejor, los intentos por convivir con las restricciones y poder realizar festivales, encuentros, ferias de la mejor manera posible. Después, muchas veces, la imposibilidad de lograrlo. Así, los eventos en formato digital siguieron multiplicándose. Se han visto con agrado, se habla de resistencia cultural y tienen múltiples ventajas: se accede a eventos que de otra manera no sería posible disfrutar, se llega a más personas y de más lugares, entre ellas. Sin embargo, de manera pareja ha crecido una cierta sensación de amontonamiento ante la oferta que ha seguido aumentando sin parar y de un acuciante desaliento por lo que parecía iba a ser más provisional de lo que está resultando. Al tiempo que ha aumentado una incipiente necesidad de volver a sentir eso tan maravilloso como es la cercanía humana y la excitación y la alegría que se experimentan cuando se sueña con escuchar y ver en persona aquello que nos fascina y nos alienta.
«Ninguna edición virtual puede reemplazar esta inyección de humanidad que es para nosotros el festival»
No podría estar más de acuerdo.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
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