Alain Mabanckou y Abdourahman Waberi decidieron escribir a dos manos un Dictionnaire enjoué des cultures africaines (Fayard, 2019), cuyo resultado es una obra de consulta muy subjetiva sobre algunos aspectos de las culturas africanas (parece que han anunciado su intención de escribir más tomos para complementar al primero). Se trata de un libro que parece tejido desde los mundos de ambos escritores.
Pero, al margen de otras menciones, en él, dedican varias entradas a nombres que aluden a elementos gastronómicos de diversos países africanos. Entre las bebidas, por ejemplo, han querido resaltar dos: el conocido bissap (una bebida que se hace con la flor del hibisco) y el café. Pero también escriben sobre el uso de los cubos Maggi, la mundialización culinaria obliga, en las cocinas africanas.
Con frecuencia, la gastronomía africana aparece en las historias que leemos, son parte de su identidad y su cultura, y un elemento perdurable a lo largo del tiempo.
Entre los libros que están dedicados de manera plena a ella, se encuentra África en los fogones (Ediciones del Bronce, 2002) de Agnés Agbotón (quien ha escrito también Las cocinas del mundo) que dio lugar después a un proyecto – cuyo recetario podéis consultar en la web de Casa África – que, bajo el mismo nombre, celebró talleres y jornadas gastronómicas en Canarias. En su libro Más allá del mar de arena, Agbotón afirma que «Por encima de todo, cocinar es un modo de no olvidar. De mantener vivas las tradiciones».
A su vez, la cocina africana nos muestra su riqueza y diversidad. Descubrimos ingredientes y mezclas nuevas. La novela Graceland (Baile del Sol) recoge múltiples recetas de su país, Nigeria. Su autor, Chris Abani resaltaba lo siguiente en una entrevista: “Lo único que nos separa como seres humanos son las especias que usamos para cocinar, porque son lo único que es específico de un lugar determinado”. Así, no es extraño que esta obra sea, además de una historia sobre un chico de la calle que imita a Elvis, un verdadero manual de hierbas, productos y recetas:
- Sopa de hoja amarga y ñame machacado (pág. 10)
- Sopa de ñame y chile (pág. 44)
- Ñames asados y aceite de palma (pág. 97)
- Ensalada de semillas de habas de aceite (pág. 114)
- Potaje de frijoles caupí (pág. 163)
- Ñame frito. Plátano macho y guiso de ternera (pág. 209)
- Arroz jollof con mojama (pág. 229)
- Venado asado (pág. 237)
- Sopa de pescado con chile (pág. 273)
- Quibombo frito con boniato (pág. 298)
- Moi-moi (pág. 321)
Pero, sobre todo, la novela resalta la importancia de la nuez de cola, sagrada para los igbos, “La oración que precede al momento de abrir y compartir la nuez es: Quien trae cola, trae vida”.
En Mayimbo (Paseos) de Ángela Nzambi aparece un alimento que se vendía en el Mercado Central de Malabo; la malanga, un tubérculo que se puede preparar de diferentes maneras, en sopa, con aceite de palma… Su recuerdo devuelve a la protagonista a su tierra de origen, a unos sabores y unos olores que la hacen retornar con nostalgia.
En el relato “Guindillas Scotch Bonnet” (dentro de la antología Doce relatos urbanos. Doce voces africanas) el Ghanés Nii Ayikwei Parkes nos ofrece una historia divertida, mientras la condimenta con pimientos picantes rojos, también llamados kpakpo shitto en su país de origen.
Otro libro, El bebedor de vino de palma, un clásico de la literatura africana, nos muestra la importancia de esta bebida en muchos países africanos. El vino de palma juega un papel importante en muchas ceremonias en algunas partes de Nigeria sobre todo entre los Igbo y en África central y occidental en diversos lugares. Recibe múltiples nombres, “nkwu Elu” (igbo) “doka” (Ghana) o “poyo” (Sierra Leona) por citar algunos de ellos.
Así, esta bebida aparece en muchas obras literarias africanas. El congoleño Emmanuel Dongala tituló a su colección de relatos Jazz et vin de palme y varios de los personajes de Wole Soyinka consumen esta bebida, pero fue Amos Tutuola quien hizo del vino de palma el protagonista de su innovadora novela.
Para terminar, quiero volver a resaltar uno de los textos más hermosos que he leído nunca sobre la alimentación, la mesa y su importancia. Se encuentra dentro de esa joya que es Amkullel, el niño fulbé de Ahmadou Hampâté Bâ, en el que nos habla en definitiva del arte de vivir:
“Toda aquella disciplina no pretendía en absoluto torturar inútilmente al niño, sino enseñarles todo un arte de vida. Mantener los ojos bajos en presencia de los adultos, sobre todo los padres-es decir, los tíos y los amigos del padre-, era aprender a dominarse y a resistir la comunidad. Comer a solas era limitarse a lo que se tiene. No hablar era dominar la propia lengua y ejercitarse en el silencio: hay que saber dónde y cuándo hablar. No tomar un nuevo puñado de alimento antes de haber terminado el precedente era dar pruebas de moderación. Sujetar el borde del plato con la mano izquierda era un gesto de cortesía, enseñaba humildad. Evitar lanzarse sobre la comida era aprender la paciencia. Finalmente, esperar a recibir la carne cuando se terminaba la comida y no servirse uno mismo conducían a dominar el apetito y la gula”. (pág.249)
Dictionnaire enjoué des cultures africaines. Alain Mabanckou y Abdourahman Waberi. Fayard, 2019.
El bebedor de vino de palma. Amos Tutuola. Ed. Navona. Traducción: José Rodríguez Feo
Mayimbo (2019). Ängela Nzambi. Editorial Sial, 2019.
Amkullel, el niño fulbé (Amkoullel, l´enfant peul, 1991). Ahmadou Hampâté Bâ. Editorial El Cobre y Casa África, 2009. Traducción: Manuel Serrat Crespo.
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