Nombrar a Amadou Hampaté Bâ invariablemente lleva a afirmar que fue un sabio y a citar su frase más conocida la cual se ha quedado unida a este hombre de manera irremediable, ocultando otras muchas que nos regaló a través de su obra y que nada tienen que envidiar a la anterior.
En África, cuando un anciano muere, una biblioteca arde, fue pronunciada en 1960, con la independencia de Mali, cuando fundó el “Instituto de las Ciencias Humanas” en Bamako y representó a su país en la “Conferencia General de la UNESCO”.
Sin dejar de reconocer que se trata de una gran frase, pero enfrentados a esta imagen de tradición y oralidad que a menudo se ha asociado al continente, y lidiando con el choque entre oralidad-escritura, nuevas generaciones la rebaten de manera irónica, como Alain Mabanckou quien escribía en su novela Vaso Roto: “al dueño del Crédito se fue de viaje (un personaje del libro) no le gustan las frases hechas del tipo en África, cuando un anciano muere, arde una biblioteca y cuando oye este tópico manido, se enfada un montón y suelta al momento depende del anciano, dejaos de chorradas, yo sólo me fío de lo que está escrito.”
Pero no podemos olvidar que la tensión entre la prevalencia de lo escrito sobre lo oral limitó y ninguneó al continente. La cultura occidental ha asociado siempre la literatura con la escritura. Tal y como afirmaba Frantz Fanon «Las palabras vuelan, los escritos permanecen. Bellas palabras que forman parte del “reparto racial de la culpabilidad”. Sin duda, ha sido la falta de un testimonio escrito lo que ha llevado a que se negara durante siglos la existencia de una historia y una cultura africanas. Por ello el estudio y trabajo del maliense fue tan importante: «destacó en su labor en el campo de la recuperación y transmisión de la cultura africana y sus archivos manuscritos, fruto de medio siglo de investigación sobre las tradiciones orales».
Lo cierto es que estamos hablando de un hombre que quiso ser, ante todo, «un eterno investigador, un eterno alumno». Pero más allá de la imagen de recto sabio, los retratos de este ser que vivió casi 100 años nos devuelven una intensa mirada azul tras la que se ocultaba la memoria prodigiosa y la clarividencia de un ser atemporal. Tras esta estampa tan seria y erudita se encontraba un hombre con gran sentido del humor que salpicaba sus memorias de recuerdos escatológicos y picarescos, al igual que el Lazarillo de Tormes, y que incluso escribía relatos sorprendentes bajo títulos como «El coxis calamitoso», tal y como nos recuerda su amigo Théodore Monod en el prólogo de Amkullel, el niño fulbé.
Elogio a la memoria africana
Afirman que los pueblos que no han testificado por escrito tienen mejorada y agudizada la memoria. La verdad es que tras leer el primer tomo de las memorias del sabio de Bandiagara (el segundo no está traducido al castellano: Oui, mon comandant abarca desde 1921-1933), sobreviene el desconcierto por el cúmulo de detalles y por lo afilado y preciso de las descripciones y situaciones…máxime cuando el que lo escribe confiesa tener más de ochenta años.
Tratar de encasillar las memorias del niño fulbé bajo un género parece un camino desacertado. Aún así, la clasifican bajo «Recuerdos de juventud» (la obra abarca hasta los 23 años del escritor), pero hay mucho de historia (se trata de una introducción a las dos primeras décadas del siglo XX africanas), a pesar de que él mismo denuncia que no se puede generalizar (aunque hay rasgos comunes sobre todo del área de África occidental) y de etnología.
Hampaté Bâ nos introduce en el seno de su familia noble, mezcla de etnias, donde el linaje es lo que importa y donde «todo lo que somos y todo lo que tenemos se lo debemos sólo una vez a nuestro padre, pero dos veces a nuestra madre» (pág.67). En un entorno en el que las cofradías y el mundo mágico se imponen de manera natural frente a los que no creemos en ese mundo espiritual. En este sentido, afirma el escritor en la introducción que una de las cosas que molestan a los occidentales son los sueños premonitorios. En este libro también los hay y nos sumergen en ese mundo donde sueño y realidad, vida y muerte, parecen darse las manos y que tanto nos habla de este continente. También habla de las migraciones de este a oeste y de la aparición de los blancos … hasta la muerte de «la primera infancia» con siete años que se produce con la ruptura de su vida cimentada en el animismo y sus comienzos en las enseñanzas del Corán.
El niño se pone bajo la disciplina del maestro Tierno Bokar (a quien dedicó un libro) que le castiga (corporalmente) si no se sabe la lección y quien le obliga a estudiar de memoria el texto en árabe sin conocer su significado, mientras funda su primera asociación con unas jerarquías y un modo de organizarse que sorprende sin duda en niños tan pequeños (7-8 años). Todo su mundo es positivo, o lo ve desde ese enfoque, por eso pueden llegar a chirriar las semblazas de los primogénitos y del segundo padre de Amkullel (seudónimo de Amadou), con una perfección que hace pensar que lo que ha hecho el escritor es idealizar a estos seres, desechando cualquier connotación negativa que pudieran tener.

El libro, «testimonio de una civilización de la oralidad«, y salpicado de proverbios, erige en protagonista a la palabra como eje sobre el que gira todo conocimiento: «La escritura es una cosa y el saber es otra. La escritura es la fotografía del saber, pero no es el propio saber. El saber es una luz que está en el hombre. Es la herencia de todo lo que los antepasados pudieron conocer y nos han transmitido en germen, al igual que todo el baobab está contenido, potencialmente, en su semilla» (pág.253). En torno a ella surgen frases rotundas y bellas que evocan un mundo en el que la generosidad, la lealtad y el deseo de aprender parecen haber desterrado cualquier intento de egoismo o maldad.
Permanece a la escucha-se decía en la vieja África-, todo habla, todo es palabra, todo intenta comunicarnos un conocimiento… pág.39
Pero, además, es un libro de encrucijadas. Hampaté Bâ vivió la tradición peule y la turcoror (su madre se casó dos veces) y conoció la colonización (y aunque no aparezca en estas memorias, la descolonización). También conoció el pasado a través de las narraciones sobre sus antepasados que le habían ido contando boca a boca. Además, sus primeros pasos los dio en el animismo, para después estudiar en la escuela coránica y acabar en la occidental-francesa. Si bien el escritor ve aspectos positivos y negativos en la colonización, acaba afirmando de manera contundente: «una empresa de colonización jamás es una empresa filantrópica, salvo en palabras. Uno de los objetivos de la colonización, bajo cualquier cielo y en cualquier época que sea, siembre ha sido comenzar desbrozando el terreno conquistado» (pág. 487).
Las memorias del niño fulbé nos devuelven la imagen de un mundo único que Hampaté Bâ nos da la oportunidad de conocer y escuchar. A cambio de sumergirnos en él nos reportará múltiples facetas de un saber africano desconocido y necesario. Como muestra el fragmento en el que a partir de las comidas, sagradas, da una auténtica lección del arte de vivir.
Toda aquella disciplina no pretendía en absoluto torturar inútilmente al niño, sino enseñarles todo un arte de vida. Mantener los ojos bajos n presencia de los adultos, sobre todo los padres-es decir, los tíos y los amigos del padre-,era aprender a dominarse y a resistir la comunidad. Comer a solas era limitarse a lo que se tiene. No hablar era dominar la propia lengua y ejercitarse en el silencio: hay que saber dónde y cuándo hablar. No tomar un nuevo puñado de alimento antes de haber terminado el precedente era dar pruebas de moderación. Sujetar el borde del plato con la mano izquierda era un gesto de cortesía, enseñaba humildad. Evitar lanzarse sobre la comida era aprender la paciencia. Finalmente, esperar a recibir la carne cuando se terminaba la comida y no servirse uno mismo conducían a dominar el apetito y la gula. (pág.249)
Ficha:
- Título original: Amkoullel l’enfant peul (1991)
- Idioma: Original: Francés
- Traducción al castellano: El Cobre. Casa África (2009)
- Traductor: Manuel Serrat Crespo
- Nº páginas: 531
- En catalán: Amkul·lel, el nen ful. Editorial Límits
- En la actualidad, su hija Roukiatou Bâ, dirige una Fundación que, desde Adbiján lugar en el que el etnólogo pasó sus últimos días, quiere «conservar y difundir el patrimonio intangible».
Un viejo maestro africano (Tierno Bokar) decía: hay mi verdad y tu verdad, que jamás llegarán a encontrarse. La Verdad se encuentra en el medio. Para acercarse, debe cada uno desprenderse un poco de su verdad y dar un paso hacia el otro…
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