El aniversario de los cincuenta años de la declaración de la fallida independencia de Biafra, han devuelto a primer plano aquellas imágenes infames de las que hablaba Chimamanda Adichie Ngozi en su novela Medio sol amarillo. La hambruna como arma de guerra llegó, así, a los hogares del mundo entero a través de los televisores. Fue la primera vez que se mostraban imágenes tan crudas desde este medio. La primera vez que los cuerpos desnudos, exhaustos, hinchados por inanición se metían de lleno en nuestras vidas. Dicen que fue el nacimiento de lo que se ha denominado «pornografía de la pobreza».
Desde siempre (un indefinido más) se ha asociado al continente africano con la pobreza. África es pobre , nos han repetido machaconamente. Eso es lo que nos han hecho creer, cuando la realidad es otra. Sin embargo demoler esta percepción está siendo un camino largo, tal y como explicó en su día Ainehi Edoro. Las imágenes han sido una importante herramienta para perpetuar el mito.
Con el tiempo se fue haciendo cada vez más necesario cambiar este tipo de «conversación visual«. Se criticó e incluso se agudizó el ingenio, como hizo SAIH con sus premios «Rusty Radiator» para denunciar su uso desde el humor.
De esta polémica no se ha librado tampoco la literatura.
Binyavanga Wainaina en «Cómo escribir sobre África» insertaba esta pieza sobre la visión de «los pobres» por el mundo occidental:
Entre sus personajes no puede faltar la Africana Hambrienta, que vagabundea casi totalmente desnuda por los campos de refugiados esperando la ayuda de Occidente. Sus hijos tienen moscas sobre los párpados y sus estómagos están hinchados de tanto no comer. Debe lucir totalmente indefensa. No puede tener pasado ni historia porque esas cosas arruinan lo dramático del momento. Los gemidos son recomendables pero ella nunca debe decir nada acerca de ella misma en el diálogo excepto cuando narre su (inenarrable) sufrimiento.*
Sin embargo, en los últimos años los que han sido acusados de utilizar «pornografía de la pobreza», la estética del sufrimiento, en sus obras han sido los escritores africanos.
En 2013, No Violet Bulawayo ganó varios premios, e incluso fue finalista del Booker Prize, con su novela We Need New Names (que, a pesar de ello, no encontró editor entre nosotros). A raíz de aquel título, varios escritores encabezados por Helon Habila la acusaron de haber usado todos los clichés que se ciernen en torno a la pobreza y África para su obra.
En fechas recientes, el término «pornografía de la pobreza» fue usado por el crítico Pa Ikhide (quien ya arremetió con dureza contra Chris Abani y su Graceland, en la que narraba la historia de un niño de la calle en la ciudad de Lagos) para describir otro título que también ha tenido eco internacional (nominación al Booker Prize y traducción al catalán incluido). Se trataba de Fiston Mujilla y su Tram83, de la cual se ha destacado su estilo y composición. El crítico nigeriano comenzaba a dar forma a su opinión con un «Requiem por el escritor africano». Después acusaba al escritor de mostrar una África llena de estereotipos y caricaturas, tal y como occidente suele describirla. Añadiendo, además, que es misógina (otro debate interesante).
Las reacciones no se han hecho esperar. Si en el caso de No Violet Bulawayo fueron muchos los que discutieron en torno a la cuestión, en el más reciente de Fiston Mujilla, sobre todo han hablado Zukiswa Wanner y Richard Oduor Oduku.
Precisamente Wanner fue parte del jurado que seleccionó la obra de Mujilla para el Premio Etisalat 2015 (primer premio pan-africano del continente). Ella es una mujer que vive y escribe en el continente. En su artículo reflexiona en voz alta sobre cuestiones como por qué los pueblos de las naciones en desarrollo sienten que necesitan que su arte para ser considerado arte tenga que estar reconocido por alguien de occidente. Oduor llega a afirmar que todas estas polémicas no hacen sino crear más prisiones para los escritores. ¿Acaso el escritor africano tiene que ser un embajador del continente?, llegan a preguntarse.
Son visiones de realidades que el escritor no tiene porqué dejar de mostrar, añaden. Muchos lanzan interrogantes interesantes, como esta: ¿captar la realidad de la pobreza de un continente se traduce en «pornografía de la pobreza» solo porque el continente se ha convertido en sinónimo de pobreza en las narrativas globales?.
Defendiéndose del ataque, Ikhide ha vuelto a escribir sobre ello, lo que en el fondo, afirma, se está debatiendo es si la «literatura africana» que se lee en Occidente beneficia o perjudica a «África».
Volvemos al juego de espejos.
Dan qué pensar los tours de turistas para visitar Kibera, uno de los suburbios más grandes, en Kenia. ¿Sirven para que la gente conozca una realidad diferente?, ¿convierten a sus habitantes en mero espectáculo?, ¿contribuyen a aumentar la visión de África como un lugar lleno de pobreza, suciedad etc…? … Bien, me diréis, pero del lenguaje visual al narrativo hay un gran paso. Cierto. En los tours no hay arte. Es equivocado mezclar planos. ¿Es diferente la «pornografía de la pobreza» según cómo/desde dónde se perciba?. ¿Está bien hablar de ella cuando nos referimos a un texto literario?.
Estamos dando vueltas otra vez a lo mismo.
¿Hay que dejar de escribir sobre lo que uno ve, le preocupa o quiere transmitir solo porque contribuye a la imagen que se tiene del continente en Occidente?. El peso de la opinión en occidente es importante, lo sigue siendo, al menos eso parece. A menudo, se lee en artículos de opinión, frases del tipo: al fin un texto que no habla de menores soldados, mutilación genital femenina, guerra o violencia … destacamos a escritores que se salen de lo que se espera, de escritores que nos hablan con otras temáticas más allá de los «temas africanos».
Mia Couto escribió Tierra sonámbula, sobre su visión de la guerra mozambiqueña, y se considera una obra maestra. Ahmadou Kourouma escribió Alá no está obligado sobre los menores soldados y se considera un clásico. Puedo seguir… Entonces, ¿el punto de inflexión está en cómo se narra?. La queja parece provenir más de la manera en cómo se plasma en las novelas comentadas el «ser africano» y no tanto en la temática que abordan.
Un poco más allá… ¿una elevada calidad literaria queda invalidada si el texto estereotipa a «África»?.
*Traducción: Ciudad de las ideas. Blogspot.
Esta entrada me ha resultado especialmente interesante. Es un tema que me he planteado mientras escribo sobre Marruecos.
Por una lado me ha recordado una escena de «Diario del ladrón» de Jean Genet en la que un grupo de vagabundos se exponen ante un puñado de turistas. Ese pasaje es sobrecogedor.
El asunto que comentas es complejo y no creo que tenga algo así como una solución.
Aún así me arriesgaré a dar mi opinión.
Por un lado, creo que un escritor al crear su novela debe sentirse libre para tratar el tema que le inspire, independientemente de la imagen que vaya a dar de África o la zona en la que se ambiente. Y me resulta difícil pensar que se escoge la temática con la voluntad de ser crudo o de hacer «pornografía de la miseria». La escritura de una novela es un proceso mucho más orgánico en la que en general te dejas llevar por la historia y los personajes.
Por otro lado, lo que algunos critican sí que me parece que existe en otros medios (televisión, prensa). Siento que se busca con voluntariedad mostrar las imágenes más duras posibles para impactar al espectador. No solo de pobreza y miseria, también de catástrofes naturales y hechos violentos.
Termino mi comentario sin haber resuelto nada.
Felicidades por la entrada y por el blog.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
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Gracias a ti Alberto. Interesantes tus aportaciones. Un abrazo. Sonia.
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