Dice el fotógrafo Rubén H. Bermúdez en África magazine que «escribir sobre racismo es violento». Para los que no nos pensamos como blancos nos resulta difícil entrar en ese «conflicto» permanente que viven cientos de miles de personas que llegan a considerar al Otro diferente solo por el color de piel. Lo llamo «conflicto» porque aún no he hallado la palabra para poder condensar el odio, la violencia y la negación que llevan como marca de fuego allí donde van. Lo llamo «conflicto» porque algo que, en apariencia, no debería de serlo, esta marea de personas lo convierte en algo asqueroso, enquistado en extremo, imposible de entender y complicado de derruir.
Pero también para los que no nos pensamos como blancos nos resulta doloroso leer los testimonios, en forma de ensayo o de novela, que nos llegan en este comienzo del siglo XXI con inusitada presencia y fuerza. Intentamos ponernos en su piel, en sus cuerpos violentados y destrozados a través de millones de actos de destrucción.
Hablamos de uno de los diferentes racismos de los que no acabamos de librarnos, en un momento (y van..) en el que la exclusión y los muros continúan apareciendo con renovada energía. Ante este panorama, ¿pueden las lecturas aportar algo al derrumbe de este imaginario?, ¿son capaces los libros de hacer que alguien cambie su postura y abra los ojos?.
Ta-Nehisi Coates le ha escrito una larga carta a su hijo adolescente en forma de ensayo bajo el título Entre el mundo y yo (Seix Barral, 2016). A través de un lenguaje brillante, que estira los significados hasta el infinito, nos enseña un brutal panorama: el racismo en América. Coates, que ha tomado de modelo The Fire Next Time, la carta que James Baldwuin (tremendo siempre) escribió a su sobrino, escribe de manera directa y reflexiva un libro dirigido a su hijo, pero sobre todo a los americanos blancos.
El que se ha convertido en todo un referente en la lucha contra la discrimación racial en Estados Unidos pertrecha un título de una altísima calidad literaria. «Las cosas perdidas estaban relacionadas con el saqueo de nuestros cuerpos«, escribe en este ensayo lleno de dureza y de aciertos magistrales. “Nunca olvides que fuimos esclavizados en este país durante más tiempo del que hemos sido libres» se puede leer en el libro de Coates haciendo alusión a uno de los «episodios» más salvajes ocurridos en este planeta que llamamos mundo desde el inicio de su creación.
Apropiación de los cuerpos, mercantilización de la carne. Hablamos de capitalismo, hablamos de hoy.
Achille Mbembe, otra de esas plumas deslumbradoras, nos hace mirar nuestra “idea” de negro que nace de una irrealidad que el propio hombre blanco ha creado. Mbembe parte de tres momentos en su Crítica de la razón negra, ensayo sobre el racismo contemporáneo (Ed. Ned, 2016) que han ido dotando a la imagen del negro de un conglomerado de ficciones: esclavitud, colonialismo y neoliberalismo. El pensador camerunés comienza a deconstruir nuestro imaginario poblado de imágenes que han ido llenando la cavidad vacía del negro. Como ocurre también con África, “Desde este punto de vista África no existe más que a partir del texto que la construye en cuanto que ficción del otro” (Mundibe). El racismo como poder de desviación de lo real, se sostiene a partir de simulaciones y máscaras.
Este libro nos habla sobre todo de una red de ficciones, de la elaboración de sucesivas máscaras, siendo una de las más supremas la que esconde el nombre de “África”. Mbembe nos traslada desde la plantación, como sistema que después se ha consolidado e impuesto en otras épocas como en el apartheid y en el colonialismo, a la colonia. La larga sombra alargada del negro en cuanto objeto, cosa, carne, mercancía, moneda ¿qué proyección tiene hoy en día?. Y entonces Mbembe nos advierte y descubre que el devenir negro del mundo se anuncia desde hace tiempo. El negro ya no se circunscribe únicamente a las personas de color. El neoliberalismo, el capitalismo, están construyendo a los renacidos “negros”. Los nuevos tiempos traen nuevas maneras de “ser negro” (refugiados, excluidos…). El racismo, que separara y anula, se deja ver en innovadores métodos de futuro, como los de la genética que aseguran la selección, afirmando que se va a poder elegir y dejar de elegir (anular) algunos rasgos. Aparece el ser humano como cosa animada, como dato digital. “El negro no existe en sí mismo. Está producido constantemente”.
El filósofo camerunés nos adentra también, en su libro, en la literatura y en las obras de escritores que como Sony Labou Tansi escriben sobre una humanidad saqueada que, inclusive a las puertas de la muerte, negándose a ser únicamente carne, hace uso de la palabra como último aliento.
“Tengo la sensación de que dejé de ser negra nada más apearme del avión en Lagos”. Quien así se expresa es Ifemelu, la protagonista de Americanah (Random House Mondadori, S.A., 2014) la última novela publicada de Chimamanda Ngozi Adichie. En ella hablaba sobre racismo, sobre todo en relación a los cotidianos prejuicios y discriminaciones que tiene que soportar una persona negra en Estados Unidos. Otros racismos aparen en el brutal desahogo de Sami Tchak en ¡Puta vida¡, un auténtico puñetazo contra la hipocresía de un mundo que se denomina “multicultural” pero que tiene culturas de primera y de segunda, contra el racismo bajo una multitud de máscaras que juegan en un baile de disfraces.
Más cercano a nosotros Edjanga Jones nos describe en Heredarás la tierra (Editorial Carena, 2016) la infancia del protagonista en Madrid y cómo en la escuela “lo normal era pintar las caras de rosa” mientras él notaba las miradas sobre su piel y su cabello. Ese momento en el que uno percibe con claridad que le están discriminando por el color de la piel el escritor lo transmite con una frase: «yo soy negro, ellos negros…fue como ver en mi mirada los ojos de otro y hacerlos como míos…»
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