Cuando cierras la última página de Los caballos de Dios notas que te has quedado colgada de la historia. Atravesar la narración que el escritor marroquí Mahi Binebine ha recreado, con tanta valentía, para la ficción a partir de la realidad hace que lo sientas, que lo sientas tremendamente. Por muchas razones.
Binebine se quedó consternado, como medio mundo, con los atentados de Casablanca de 2003. Una docena de muchachos de entre 20 y 22 años habían ocasionado una cadena de explosiones, en diversos lugares, causando más de cuarenta muertos. El escritor cuenta que sintió que tenía que visitar el barrio de Sidi Moumen de donde provenían los suicidas que habían hecho estallar sus cinturones sembrando el horror.
El recorrido que le llevó a juntar información para dar forma al libro comienza en el momento en el que constata que Sidi Moumen no se divisa desde la carretera de Casablanca, está oculto. Detrás de una colina se extiende un suburbio, que carece de las más básicas condiciones para la vida. Tras solventar algunos obstáculos, un natural recelo hacia cualquier persona ajena a la barriada que se acercara buscando información sobre los atentados, logró penetrar en el corazón de la vida diaria de un lugar que hasta aquel día para él, como para muchos dentro de su propio país, no existía.
Allí lo primero que vio fue a una pandilla de niños jugando al fútbol y decidió que ellos serían los protagonistas de la novela. En aquella inmensa montaña de despojos, donde el trabajo más frecuentado se encontraba en el vertedero de basura, también encontró risas entre sus moradores. No en vano ellos vivían sus propias vidas, sin futuro, sí, pero las únicas que conocían, en las cuales también había momentos de felicidad.»Empecé a ir a visitar a su familia para ver cómo vivían, sentarme con ellos, comer con ellos. Entre 2003 y 2004 estuve muchas veces allí. También entrevisté a las familias de los kamikazes y hablé con ellos sobre lo que sentían...».
En una entrevista Binebine resalta que la verdadera dificultad a la hora de escribir este libro fue el presentar a unas personas que habían cometido semejante atrocidad como víctimas. «No se trataba de justificarlas», señala. De hecho comenzó a escribir la historia y tuvo que parar, tuvo dudas, sintió que necesitaba respirar otros aires y replantearse si debía continuar. No quería que aparecieran como monstruos, temía estar defendiendo lo indefendible, y el proceso de creación se volvió demasiado absorbente. También le costó encontrar la voz adecuada, no en vano aquellos muchachos carecían de cultura, ¿cómo hacer que tuvieran un discurso?. Hasta que encontró la manera: la voz del protagonista, Yashin, sería la voz de un muerto, su conciencia sería capaz de examinar los hechos desde una perspectiva diferente a la que podría llegar a mostrar en vida.
Una versión de la verdad
Escribe Paul Theroux que “la ficción es una versión de la verdad, igual que la no ficción”. Los caballos de dios nos habla de una verdad que el escritor encontró. Muchos se acercarán a este libro conociendo de qué trata, no es mi caso. Lo compré porque el Instituto Cervantes de Casablanca que participa en la campaña #100lecturasafricanas, se adelantó en su recomendación y por esta razón el título se quedó grabado en mi memoria, después el azar quiso que entrara en una librería y lo viera semioculto en una estantería. Lo leí nada más llegar a casa, y aunque lo acabé, lo he seguido leyendo durante un par de semanas más, atraída por la historia, los protagonistas, el propio escritor y por Sidi Moumen.
Tengo que decir que me ha sorprendido el enfoque y la manera de narrar. Binebine utiliza el humor dentro de una historia que a priori nos parece demasiado dramática. De hecho ha sido llevada al cine por Nabil Ayouch y galardonada con la «Espiga de oro», versión que el escritor considera demasiado seria. En este sentido, me recordó a Kourouma y su Alá no está obligado, en donde el niño-soldado protagonista elevaba su voz tratada con la naturalidad y el desparpajo que da la infancia (¡cuántas infancias robadas¡). El humor hace de contrapunto real en una historia que podría acabar cayendo en un tono más sensiblero cuando lo que se intenta es realizar un auténtico ejercicio de introspección. Pero también hay mucha poesía y valentía a la hora de introducir temas como las relaciones homosexuales o la prostitución.
Los tiempos que vivimos son los que son. No voy a hablar de acontecimientos por todos conocidos. Lo que se expone en este libro es una de las muchas y complejas facetas que forman parte de este fenómeno. Cada vez con más frecuencia aparecen ante nosotros diversas maneras, desde el mundo libro, de acercarse al problema. Destaco dos que nos llegaron casi a la vez.
El primero es un enfoque desde el periodismo. Javier Martín, corresponsal en Oriente Medio desde hace quince años, lo hace en Estado islámico. Geopolítica del caos (Los Libros de La Catarata, 2015). El segundo es el de un experto sobre el tema. Jesús A. Nuñez Villaverde en su libro Boko Haram. El delirio del califato en África occidental (Los Libros de La Catarata, 2015) traza una de las primeras exploraciones para tratar de entender a este grupo y separar la mucha paja que se está generando del poco grano que de verdad se está consiguiendo.
Nuñez Villaverde nos adelantaba que en el seno de Boko Haram junto a los auténticamente convencidos de ser una especie de enviados divinos para restaurar un supuesto orden ideal perdido, había que contar también «(…) con los que no están en sus cabales, los que desean vivir aventuras extremas, los que pretenden vengar una afrenta personal o comunitaria, los que no tienen nada que perder, los simples mercenarios, los ingenuos, los buscavidas, los que no tienen otra opción vital para poder comer tres veces al día, los engañados, los…»
Los caballos de Dios, nos da la oportunidad de adentrarnos en las vidas de unos muchachos que vivían en un entorno de pobreza abrumador del cual trataban de escapar. «Vivir en Sidi Moumen ya era estar prácticamente muerto», comienza diciendo Yashin, el narrador de la historia. Deberíamos ser capaces de darnos cuenta de que no hace falta decir más, que ya está todo dicho, pero lo cierto es que necesitamos más. Por eso seguimos leyendo, buscando, reflexionando, cuestionando. A Binebine, que es también pintor y escultor, y que también fue un niño pobre, este libro le cambió la vida. Con el dinero recaudado en la subasta de un centenar de obras artísticas, Binebine y el director del filme, Nabil Ayouch, fundaron en la barriada un centro cultural y ahora preparan la apertura de espacios similares en otros barrios pobres del país porque, según Binebine, “la única respuesta al terrorismo es la educación”.
Todo se mezcla, todo se confunde, todo nos traspasa.
Veo a esos niños de la calle, veo cómo juegan a fútbol y también sus risas. Veo sus andares por las calles sin esperanza. Se convierten en «caballos de Dios» y nos matan y entonces algunos llegamos a reflexionar sobre cómo la situación de pobreza, de violencia y de rechazo continuo, cómo el cierre de todas las puertas, una y otra vez, pueden ser el caldo de cultivo de muchos de estos muchachos que se dejan colocar un cinturón a sabiendas de que ya no tienen más para perder.
Y lo sientes. Tremendamente. Por todos esos lugares en los que la gente apenas sobrevive de mala manera, rodeados de miseria y podedumbre, de pegamento y droga, prostitución y violencia, explotación y robo de sus derechos más fundamentales, sin que puedan aspirar a librarse de esa condena. Sin que importe lo más mínimo. Y piensas que no se tendría que llegar a eso, a que el horror entre en escena salpicándonos para reaccionar ante tanta carga. Sobre todo su propio país, los primeros. «El Estado es terrorista, en cierto modo. También es responsable esa mafia [yihadista], que nada tiene que ver con la religión y que se instala en Sidi Moumen sobre la miseria, con mucho dinero de Arabia Saudí. También lo es la burguesía, que da 150 euros para vivir a una familia de 10 hijos», repite el escritor sin cesar entrevista tras entrevista.
He perseguido que te entren ganas de leer este libro, es buena literatura lo primero. Si no lo he conseguido, aún te queda la realidad, busca imágenes de ese submundo que es Sidi Moumen, busca imágenes de tantos lugares que son como Sidi Moumen. A mí me puedes encontrar con Yashin rodeando el cielo de la infancia.
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