«¿A quién hay que liberar, a la mujer o a la liberación?» (Cendres et braises, pág. 59)
Tal y como en su, más que acertado, prólogo nos señala Inmaculada Díaz Narbona, Riwan o el camino de arena completa «la búsqueda identitaria que (Ken Bugul) comenzó con El baobab que enloqueció y que prosiguió, más tarde, en Cendres et braises. El círculo se cierra.»
A pesar de que se asocia este título con la defensa de la poligamia y que llegó por ello acompañado de la polémica, considero que el argumento sobre el que gravita este introspectivo texto (la senegalesa escribe para curarse, para sanar, para no caer en la locura o la muerte), es otro.
Ya sabemos que las africanas (generalicemos, nosotras las occidentales) se suelen apartar del término feminismo que aquí manejamos con más o menos soltura. Es una forma de marcar su diferencia sobre su manera de ver y vivir la feminidad, tan plural y tan rica.Y, también, a menudo, un modo de decir que de esas cuestiones se pueden arreglar ellas solas. Algo de esto hay en la obra de Bugul (quien reniega etiquetarse como feminista) que es un intento consciente de mostrar el abobinable mundo belga (occidental) que ella conoció (y que la hundió en una huida salvaje y de profunda huella) y volver a sus raíces, a la tradición, como manera de salvación final.
Lo cierto es que la narradora, una de las tres protagonistas de la novela, es una joven que ha vivido en Europa y que vuelve a su país africano natal, aceptando de manera voluntaria ser una de las mujeres de un maduro seriñe (jefe o guía espiritual en las comunidades musulmanas de Senegal) después de convertirse en su amiga. Frente a lo que pudiéramos llegar a pensar, la situación en la que viven las mujeres del seriñe no es motivo de rebelión o denuncia, no genera ambientes crispados o insufribles; al contrario, ese patio con sus mujeres llegará a ser un camino que la lleve a la liberación de si misma y a encontrarse.
Señala Alejandro de los Santos que se trata de «un verdadero alegato a favor de la poligamia como modo de organización familiar«. Este es, sin duda, un salto impactante, trangresor y consciente. Ella nos ofrece la posibilidad de contemplar la convivencia de la casi treintena de mujeres del seriñe, sus complicidades y recelos, desde un punto de vista nuevo: el de aquella que en pleno uso de su voluntad se adentra en uno de ellos y acaba siendo el «lugar» del que no quiere volver a moverse. Sin duda, tiene su peso el que los lectores conozcamos que lo narrado fue vivido por la escritora.
Pero, como he dicho al comienzo, la poligamia no es en mi opinión el tema principal.
Ken Bugul parte con ventaja. Ella ha estudiado de joven en una escuela francesa en Dakar y ha vivido en Bruselas en donde se perdió tanto física como psiquicamente. Regresa con un título bajo el brazo (lo que no le garantiza nada en su país); el de la joven que ha logrado salir al mundo, es culta e inteligente y tiene una postura a priori contraria a la poligamia. Sin embargo, su actitud va cambiando al ir conociendo. Comprueba la falta de rivalidad entre las mujeres, al contrario de lo que ha vivido en Europa, la sensualidad y la solidaridad que se da entre ellas. A cambio de tener más tiempo para leer, no le importa no tener el amor en exclusiva de este hombre. Es muy duro tener que compartir el amor de quien estamos enamoradas, Ken nos dice que es posible deshacerse de esos celos y ese sentido de la posesión. Sentimos que la narradora habla desde una posición privilegiada con respecto al resto de mujeres a las que la poligamia les procura comida, un cierto estatus y protección, eso afirma Bugul, lo cual está antes que el amor. ¿Y la sumisión?
Es difícil entender para nosotros la situación que se vive en estos matrimonios. Desconocemos casi todo sobre estas formas de convivencia. Pero hay otras voces que nos hablan de manera contraria. Hay quien opina, como Paulina Chiziane, en su Niketche. Una historia de poligamia, que “La poligamia es una red de pesca que se echa al mar. Para pescar mujeres de todo tipo. Me pescaron. Pescaron a mis rivales, a mis hermanas, a todas. Afilar los dientes, roer la red y huir o retirar la red y pescar al pescador ¿Cuál es la mejor solución? (…)».
Creo que subyace de nuevo otro tema de alcance. Bugul parece querer mostrarnos con su novela la manera en la que les miramos (¡este maldito enfoque etnocéntrico!), lo atroz que es nuestro mundo y lo poco que somos capaces de entender. Bugul escribe para nosotros, los occidentales. Quiere enseñarnos algo y en ese sentido el texto es aleccionador. Ella ha hecho los deberes, podemos considerarla «una de las nuestras», de hecho ha estudiado en una escuela francesa de joven en Dakar. La narradora se muestra contraria a la poligamia, ya tenemos el punto de vista. Así que… ¡nos tiene cogidos desde el principio!. Nos va abriendo el camino para que penetremos en el harén. Ella logró soltar lastres y para sorpresa de muchas encontrar la liberación en el matrimonio (en este caso polígamo con un líder religioso). Bucear en la mente de la protagonista (en la de la escritora) es adentrarse en un mundo inestable que reclama amor y estabilidad en cada movimiento. Encuentra lo que busca en dicha situación que abre ante ella nuevas posibilidades y que la ayuda a vivir el amor de manera diferente, huyendo de los celos o de la competitividad.
El problema es que, a pesar de haber nacido en África, su posición es privilegiada, no es como la del resto de africanas que viven dicha situación. Su voz (tiene su vida muchos de los componentes que suelen acompañar a los escritores malditos occidentales) es la de la ciudadana global (¿habría sido la misma narración si ella no hubiera salido nunca del continente?) que en este caso particular encuentra su lugar en el mundo en donde menos lo esperaba. A veces lo que parece una maldición, acaba convirtiéndose en tu mayor gloria, y al contrario. Este sería el caso de Ken Bugul, quien de una realidad de partida como es el harén (sobre la que ella misma tenía una postura contraria debido a su educación francesa) y a través de un, a veces contradictorio y a veces confuso, viaje interior, es capaz de integrarse en el lugar en el que conseguirá sentirse plena y en armonía.Por eso es un texto rompedor y que obliga a replantearse muchas cuestiones, pero el interrogante que surge vuelve a ser el mismo: la voz es tan válida como cualquier otra, ¿pero desde dónde y con qué propósito se eleva?.
La senegalesa ha retornado. Es un híbrido, fruto de una aculturación que la ha bifurcado en dos almas. Conoce, ha probado muchos paraísos y muchos infiernos. No es una novata, es alguien que ya casi agonizando regresa para intentar algo diferente, en su lugar primigenio. Más allá de poligamia sí, poligamia no, el libro enlaza con la temática de la búsqueda de uno mismo (sea cual sea la vía para la propia liberación), y la vuelta y puesta en valor de los orígenes, con todo lo que conlleva, como modo de reafirmación.
¡Ah! ¡Cuánta gente había vivido feliz antes de que le dijeran que no era así como se debía vivir¡. (pág.137)
Ficha:
- Título original: Riwan ou le chemin de sable (1999)
- Idioma: Original: Francés Presence africaine 1999
- Traducción al castellano: Editorial Zanzibar (2005)
- Traductora: Nuria Viver Barri – Twitter: @annanuria
- Nº páginas: 232
- Imagen de portada: Fotografía de Peter Harrigan
- Premios: Gran Premio Literario del África negra (2000)
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