Para Adrian Lockheart, el psicólogo londinense y uno de los protagonistas de La memoria del amor, que decide marcharse a África, en plena crisis personal, en búsqueda de algo que le sacuda de la monotonía de una vida que fluye sin sentido, ese lugar resguardado, protegido y a salvo que todos necesitamos tener, se llama «casa». Para el resto de africanos en este caso, que han pasado por una guerra civil, terrible, desgarradora y paralizante, a ese lugar seguro, al que se acude en modo de fuga, se llama «refugio». Parece el mismo concepto, pero difiere el camino por el que se llega a él.
En esta novela, al contrario que en El jardín de las mujeres, tres hombres nos narran sus historias. En ella no hay cabida para la alegría, si bien no cuesta deslizarse por su historia, bien narrada y atrayente, con todos sus meandros y sus hoyos, a veces sus párrafos son en exceso largos y distraen de lo que se cuenta y sus personajes aparecen un tanto desdibujados. Sin embargo, es un texto que engancha por su enfoque y por los dilemas que plantea. Casi todos los personajes guardan algún tipo de recuerdo doloroso, porque el libro de Aminatta Forna habla sobre todo de la pérdida. Como si estuviéramos en el diván de un psiquiatra y fuera apareciendo esa corriente subterránea que atraviesa a todo ser humano y que casi siempre calla más que dice. Son los días posteriores a la guerra civil que arrancó en Sierra Leona en la década de los 90, los días en los que afloran las consecuencias de la misma, cuando llega el momento en el que víctimas y verdugos caminan por las mismas calles, héroes y traidores confunden sus historias.
Forna nos va introduciendo en la vida de un hospital psiquiátrico, donde muchas vidas irrecuperables luchan por salir adelante, nos presenta a un joven doctor británico que llega para curar lo que países europeos como el suyo han provocado y han ignorado, un occidental que no entiende lo que le pasa a aquella gente,»Caballeros de la edad moderna, cada uno de ellos en busca de su propio trofeo, su Santo Grial» (pág.280). Frente a él, el torturado Kai Manseray, el joven cirujano que guarda demasiados secretos dentro. Y en el medio, Elias Cole, un anciano enfermo que va contando su historia, su obsesión por Saffia (¿acaso era amor?) y su amistad con su marido Julius, rememorando los disturbios políticos ocurridos en 1969, en un intento por redimirse.
Podría Forna haber puesto más el dedo en la llaga de la sangría que supuso una guerra civil donde niños soldado eran obligados a cometer las mayores barbaridades imaginables, donde las mujeres eran violadas hasta la muerte y donde miles de ojos aterrados contemplaban y soportaban lo inenarrable. Pero prefiere internarnos en las secuelas, en lo que continúa a pesar de que, en apariencia, la vida siga adelante, en la incapacidad de nombrar las cosas por su nombre, en la parálisis de las palabras que se atoran en la garganta. Un grito eterno en la oscuridad. El silencio odioso que se cierne como un velo denso sobre toda la ciudad, en un intento de olvidar lo ocurrido para que desaparezca por si solo, mientras ganan las narrativas que dan la vuelta a los hechos, mientras las víctimas mantienen su silencio ante los verdugos que, sin haber rendido cuentas por sus actos, ahora pasean tranquilos por las mismas calles por donde sembraron el terror, hasta que la boca se abre,»Cada persona le contó una parte de la misma historia. Y contando la historia de otra persona, contaron la suya propia» (pág.390).
Mientras el occidental necesita encontrar algo que de sentido a lo que vive y llama «trastorno» a los traumas que va conociendo, los africanos saben que lo que transcurre delante de sus narices es la vida, «la guerra tenía el efecto de animar a la gente a tratar de seguir viva. También la pobreza. Era tan difícil sobrevivir que no podía tomarse a la ligera. Tal vez el doctor sueco se imagina intentando acabar con todo si viviera aquí» (pág.434).
Una novela que nos lleva de la mano por el paisaje humano que queda después de un conflicto bélico, y nos descubre el inmenso túnel en el que muchas personas siguen inmersas y seguirán en otros múltiples conflictos de los muchos que, por desgracia, continúan vivos a lo largo y ancho del planeta. Una novela que nos habla de lo que ya no se podrá recuperar, de todo lo que perdemos, de los seres queridos que no volverán, de la inocencia y de la belleza que se arrebató a mucha gente, allí en Sierra Leona, un lugar que apenas conocemos, un lugar al que nos cuesta mirar.
-¿Qué te contaron sobre lo que pasó aquí? Antes de que llegaras, me refiero-pregunta Mamakay, volviéndose hacia él-¿Violencia étnica? ¿Divisiones tribales? ¡Negros matándose entre ellos, violencia inconsciente¡ La mayoría de los que escribieron esas cosas jamás salieron de la habitación de su hotel, tenían demasiado miedo. Y no conocían la diferencia entre un mende y un fula. Pero siguieron escribiendo la misma historia una y otra vez. Era más fácil así. ¿Y quién había para contradecirlos?. (pág.324)
Ficha:
- Título original: The memory of love (2010)
- Idioma: Original: Inglés
- Traducción al castellano: Alfaguara (2010)
- Traductora: Isabel Murillo
- Imagen de portada: Fotografía Photodisc/Alamy
- Nº páginas: 567
- Premios del libro: Shortlisted for the 2011 Orange Prize for Fiction
‘casa/refugio’; ‘trastorno/vida’ Se siente tan distinto el paso de los días: una china en el zapato frente a la vida en juego a diario. Saludos.
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