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Lidudumalingani, el transcriptor de imágenes

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El Caine de este año nos trae un nombre nuevo. A pesar de que Lidudumalingani Mqombothi lleva tiempo escribiendo en diversos medios digitales: revistas, como Africa is not a countryproyectos editoriales, Chimurenga Chronic; o periódicos como Mail&Guardian, apenas había entrado en la escritura de no ficción.

Con Memories We Lost, un relato corto publicado dentro de la antología: Incredible Journey: Stories That Move You (Burnet Media, Sudafrica, 2015), ha conseguido uno de los premios más importantes del continente en la actualidad: Caine Prize 2016. Galardón no  africano, que año tras año viene acompañado de polémicas, aunque en esta edición parece haber contentado a muchos.

Joven, tiene 30 años, sudafricano y con las ideas claras (dice no querer entrar en la industria literaria, solamente le interesa escribir y compartir), Mqombothi se aficionó al cine y a la fotografía antes de decidirse por la escritura. Se niega a traducir de manera literal su nombre (Lidudumalingani=»Truena pero no llueve») porque sabe que al hacerlo pierde el sentido de todo lo que está detrás de él y no quiere traicionar sus propios orígenes.

Forjado en el mundo audiovisual no puede dejar de hacer alusión a las imágenes que acaban poblando su universo tanto como las palabras. Al igual que el colectivo Jalada o, como los otros escritores que se mencionan en Brittle PaperWana Udobang, Warsan Comarca y Akwaeke Emezi (sin olvidar a Teju Cole), también Lidudumalingani otorga una gran importancia a las fotografías haciendo de ellas un medio más de transmisión de pensamientos e historias.

A Lidudumalingani le gustaría ver una editorial independiente que se centrara en los jóvenes escritores sudafricanos negros y estuviera dispuesta a tomar riesgos, no tanto por apoyar a nuevos autores sino con la idea de reinventar las viejas ideas sobre la novela. Mientras lo anterior llega, comparte sus 6 libros favoritos, entre los que se encuentran: Chike and the River (Chinua Achebe), Black Sunlight (Dambudzo Marechera) o Bom Boy (Yewande Omotoso) para que vayamos viendo por dónde discurren sus referentes literarios.

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¿Otra vuelta de tuerca a la esquizofrenia?

Memories We Lost es una combinación de conversaciones con amigos, textos, imágenes, recuerdos… Y no se corresponde con un suceso determinado. Eso dice el escritor. Lo cierto es que este relato corto nos reafirma en una anterior convicción: en el conocimiento de la tierra de sus ancestros de Lidudumalingani y en el respeto que la tiene al esbozar esta historia sencilla y lírica a la vez, usando palabras que van descubriendo sin nombrar.

Sin nombrar la enfermedad mental, quiero decir, esquizofrenia.

En la novela finalista del «The Man Booker» del año pasado Los pescadores de Chigozie Obioma, un loco Mqombothi02llamado Abulu es presentado de manera ambigua, ¿puede ser un visionario?. El peso de la comunidad y su frontal rechazo hacia aquel ser al que la adjetivación que le rodea gira en torno siempre al grupo de palabras de la familia repugnante, logra a veces (y a pesar de lo que este personaje ha podido suponer en el desenlace de la trama) que le tengamos compasión. En el relato de Lidudumalingani la ambiguedad salta a un nivel más obvio: ¿es la protagonista y su hermana aquejada de una enfermedad mental-esquizofrenia-la misma persona?.

En Memories We Lost también aparece una comunidad tradicional que es quien califica las acciones de la joven como «enfermedad mental» y que además no es capaz de enfrentarla de manera efectiva (en este punto seguro que recordamos otras lecturas con argumentos semejantes, El enterrador compulsivo y otros cuentos (El Cobre, 2006), del nigeriano Biyi Bandele Thomas), por ejemplo.

El relato premiado resalta la nula efectividad de los métodos «tradicionales» (ya sea mediante oraciones o por la intermediación de un sagoma, curandero o adivino) con los que tratan de sanar a la joven, frente a la actitud de la hermana de la enferma, la más lúcida de todos ellos que solo piensa en protegerla. Con una prosa entretenida y sencilla, el sudafricano logra un impacto emocional a través de la visualización, en apenas cuatro folios, de lo que supone tener una enfermedad de este estilo en una comunidad tradicional africana. Pero también lo hermosa que puede llegar a ser una historia fraternal. A través de un cuento sin pretensiones, que se lee ágil y que parece un conglomerado de sus bellas e íntimas fotografías.

My short story was inspired by a combination of things. The first might have been mental illness, or at least the way in which villagers speak and deal with it. Then there were conversations with friends, texts and visuals that suddenly were on my radar, memories of extended family members who struggled with mental illness – many of them on and off and at varying degrees.[*]

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