El tema de mi vida son los pobres.
Es eso lo que yo entiendo por Tercer Mundo. El Tercer Mundo no es un término geográfico y ni siquiera racial. Es un concepto existencial.
De este breve libro (del que brotan frases como esta: «Es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de la vida»), compuesto por dos encuentros y una entrevista con Ryszard Kapuscinski, «el maestro», como lo llamó García Márquez, voy a resaltar la parte segunda, en la que habla de África; «Explicar un continente: la historia de su desarrollo«. Se trata de una entrevista que le realizó el 28 de noviembre de 2000, Andre Semplici, periodista y fotógrafo.
En ella explica que fue al continente africano por trabajo, frente a otros como Alberto Moravia (¿A qué tribu perteneces?, Cartas del Sahara) que fueron como escritores. Kapuscinski argumenta que él era un «esclavo de su trabajo obsesivo», un corresponsal para «toda África».»No me era posible, ni siquiera, ser un free-lance. Un periodista polaco no podía tener tal oportunidad. Por eso, a diferencia de Moravia, en mis libros solo he podido hablar del África de los golpes de estado, de las guerras, de los grandes líderes políticos» (pág.85)
Kapuscinski viajó a África por primera vez en 1958, tenía veintiséis años y su destino fue la Ghana recién independizada de Kkrumah. En aquel momento, el espíritu de Uhuru, el espíritu de la independencia, estaba en todos los lugares de África. En 1963 los protagonistas de las independencias se reunieron en Addis Abeba. Así nació la OUA (Organización para la Unidad Africana).
De sus recuerdos comienzan a brotar nombres propios. Kwane Kkrumah, «un gran político y un gran escritor (…) era un visionario y sabía muy bien que los estados africanos aislados, por sí solos, no estarían en condiciones de competir con el mundo moderno». A pesar de que Krumah fuera el «más grande entre los nuevos jefes de África», desde Etiopía emergía con una personalidad extraordinaria, el Negus, Haile Selassie, sobre quien escribiría un libro: El Emperador.
Entre la crónica y el reportaje periodístico, en torno a la figura del emperador Haile Selassie, el Negus, rey de reyes, León de Judá, descendiente directo de Salomón, gobernante de una Etiopía desconocida hasta que fue derrocado en 1974. Siempre rodeado de esa áurea de grandeza, el emperador emerge como una figura inquietantemente huidiza y misteriosa. Kapuscinski se sumerge en la clandestinidad de los que sirvieron a Haile y hace que broten las conversaciones como cuentos orales llenos de espeluzne y de grandeza (el susurro del encargado de cambiar el cojín de los pies del emperador, es un ejemplo). Sus voces se amontonan, sin conexión ni orden aparente, como si formaran una columna de humo que se va formando y elevándose. “Cada noche me dedicaba a escuchar a los que habían conocido la corte del Emperador“, así empieza su narración. Sobre Selassie podemos encontrar tanto alabanzas (venerado por el movimiento rastafari) como críticas (tirano, cruel, gobernante de mano férrea).
También habla de Nasser «punto de referencia para toda el África árabe», de Sékou Touré (que pasó de líder del panafricanismo a dictador despiadado) y de Lumumba.
Y tras el estallido de las independencias, el desinfle. «Una élite negra sustituyó automáticamente a los colonialistas blancos. Ésta es una de las razones del completo fracaso de los nuevos estados» (pág.76) Y así los militares se hicieron con el poder. «Los años setenta en África, significaron el final de toda esperanza (…) la gente de África había creído que que la libertad encendería la chispa del desarrollo, que la independencia haría posible una vida mejor» (pág.78). Se esfumó el sueño de la unidad, y «África conoció nuevas divisiones». Algunos países lograron cierto equilibrio, aunque precario, otros aparecen perdidos con guerras civiles que les han devastado- y otro grupo de países más pobres que intentan la estabilidad. «Son estas tres Áfricas demasiado distintas entre ellas: pero es así, con estas impresionantes divisiones, como ha entrado el continente en el siglo XXI» (pág.79)

En otra obra suya, Ébano (1998), pudo por fin mostrar la «belleza de África». Lo escribió en otra época de su vida, cuando ya no tenía que ocuparse de la economía y de las guerras, y pudo hacerlo de su cultura y de los grandes entornos, «pero siempre con una atención particular por el hombre, por sus relaciones con esa extraordinaria naturaleza» (pág.86)
La tragedia de Ruanda fue presentada como la tumba de África. La muerte de África. Nadie señaló que Ruanda es una nación muy pequeña, cuyos habitantes ascienden a menos del uno por ciento de la población africana. Pero los que fueron enviados a Ruanda, dado que no conocen nada de África, estaban plenamente convencidos de que aquello era África (pág.113)
Ficha:
- Título original: Il cinico non è adatto a questo mestiere.Conversiazioni sul bun giornalismo (2000)
- Idioma: Original: Italinao
- Traducción al castellano: Anagrama (2002)
- Traductor: Xavier González Rovira
- Nº páginas: 125
- Portada: Foto de Ryszard Kapuscinski
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