Paul Theroux cuenta una experiencia personal en este audio, que es el origen de su novela En Lower River: un suceso inquietante que el escritor vivió en Zambia.
En la Navidad de 1954, junto con unos amigos, se adentró en una aldea remota para celebrar la fecha. Allí, bebieron y bebieron, pero cuando intentaron decir que se querían marchar, recibieron por respuesta un «no, no puedes irte, te tienes que quedar«. Fueron cuatro los días que pasaron en esta situación y el motivo que aduce Theroux era que los nativos necesitaban que se quedaran para que continuaran pagando las bebidas. Aquella sensación de impotencia al no poder salir de allí, aquel viaje a la cautividad, nunca le abandonó del todo, y años más tarde le sirvió para escribir esta adictiva novela.
Ellis Hock, el sesentón protagonista de En Lower River, en el pasado fue muy feliz en África. Pasó cuatro años en Malaui, como voluntario, profesor (como el propio Theroux), de los «Cuerpos de Paz», entre los Sena, en Malabo, una remota aldea en la región de Lower River. Ahora que su vida parece ir a la deriva y su pequeño negocio se está hundiendo al igual que su matrimonio y su vida familiar, el recuerdo de aquella época se le aparece como una suerte de paraíso: unos años idílicos, perfectos, «los años más felices de su vida» (pág.48), en los que, además, se enamoró de una mujer llamada Gala. En este estado de desolación, decide hacer realidad su sueño: regresar. Craso error que pagará muy caro. Una vez en Malabo pronto se dará cuenta de que nada es cómo él lo recordaba (¿o siempre fue así?). Hace cuarenta años la situación era diferente, la gente tenía esperanza, pero después esa esperanza voló. La gente aguardaba un milagro y cuando no ocurrió, se enfureció. Hartos de que sean otros los que imponen las reglas de juego, son ellos ahora los que han dado la vuelta a la máquina infernal.
¿Qué ha querido contarnos Paul Theroux con esta historia?.
Nos transmite lo que se siente al ser cautivo, al no poder elegir, al tener que estar plegado a lo que otros han decidido por ti, mediante una claustrofóbica aventura que lleva una y otra vez a Ellis Hock al punto de partida. En la historia el falto de libertad es el blanco, y el negro el que pone todas las cortapisas posibles. Podríamos llegar a tener lástima de Hock, pero Theroux, sin embargo, no es clemente con su personaje. A pesar de sus buenas intenciones, Ellis Hock es el prototipo de hombre que va a África, para ayudar, con buenas intenciones pero poca información o cautela. No se da cuenta de lo que vivió hace cuarenta años, ya no es posible. «Esto parecía una constante en la vida del país: saludar a los extranjeros, dejarles vivir su fantasía filantrópica-una escuela, un orfanato, una clínica, un centro de bienestar social, un programa para la erradicación de la malaria o una iglesia- para luego determinar si cabía la posibilidad de un beneficio alrededor de todo ese trabajo y gasto-una comisión, un soborno, un puesto cómodo, un vehículo gratis-. Si la estrategia no funcionaba- y pocas cumplían las expectativas-, ¿de quién era la culpa? ¿De quién había partido la idea?.» (pág.134)
Ellis Hock es el tipo de persona que necesita sentirse útil. Sin embargo, su idealismo («vengo a ayudar») parece que sólo se pone en práctica en África («donde está todo por hacer»). Algo que choca cuando todos conocemos los múltiples lugares/personas/colectivos a nuestro alrededor en los que poder volcar nuestra solidaridad. La aventura de Hock es más una huida, un último intento de alcanzar la «verdadera felicidad», una manera de tratar dar sentido a una vida infeliz en el civilizado y deshumanizado «primer mundo». Y es aquí donde surge el África como paraíso, una visión estereotipada más del continente.
Las simpatías del escritor son aún menores hacia las agencias de ayuda internacional. Malabo es una metáfora de lo que supone la misma, un circo montado por políticos y famosos, cantantes o actores/actrices que tiran cajas de comida desde un helicóptero a un montón de niños huérfanos y abandonados, mientras filman la escena. Un sistema que algunos han sabido tomar para su provecho, convirtiendo al propio Hock en moneda de cambio.
El África de la que Hock tiene añoranza es una visión de su juventud y de un mundo que ya no existe . Con las independencias, nos parece decir Theroux, los antaño colonizadores pervirtieron el sistema acomodándolo a sus conveniencias, con «la ayuda» mantenían la dependencia, la sumisión y lograban apropiarse de los recursos de los países. Apareció así la violencia ciega, la ira desbordada y el horror. A estas alturas, podríamos decir que se da una imagen no conveniente o mala de África (a pesar de que la novela discurre en un único país: Malaui) pero Theroux deja que los africanos expresen las razones, la relación causa-efecto (algunas, hay más) que les ha llevado a aquella situación. Y tanto el pérfido Festus («-¡Mzungu, puedes irte a cualquier parte¡ Los tuyos pueden hacer lo que les viene en gana. ¡Sois libres de moveros a vuestro antojo porque tenéis dinero¡ Esto son unas pequeñas vacaciones para ti, pero para nosotros es toda nuestra vida,¡ estamos condenados a vivir en Lower River para siempre¡» (pág.368) como sobre todo la anhelada Gala, conducen a pensar que tales comportamientos los han copiado de las actuaciones de la gente de la Agencia, que les tira la comida como si fueran animales para después abandonarles de nuevo.
«-¿Por qué miente la gente?
-Porque les han enseñado a mentir. La mentira les aporta más que la verdad. Y están hambrientos. Si tienes hambre, harás lo que sea, estarás conforme con cualquier cosa, dirás todo lo necesario. Y, además, son perezosos. Es un sitio terrible. (pág.326)
Ellis Hock se asemeja al Allie Fox de La costa de los mosquitos, ambos igual de soñadores y aventureros. Además, me arriesgo a decir, también tiene algo de El señor de las moscas de William Golding, en el desasosegante pasaje de la aldea de niños abandonados, víctimas del SIDA, cuyos padres han fallecido, vestidos con harapientas camisetas donadas por los occidentales, alimentados de vez en cuando por comida que cae del cielo, una aldea de niños y niñas que intentan sobrevivir dejados de la mano por todos, estableciendo una nueva organización entre ellos. Pero sobre todo tiene ecos de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, ya que ambas contemplan el reverso del alma humana. Ellis, como Marlowe, el narrador de la novela de Conrad, odia mentir; Ellis da mucha importancia a las voces de la aldea de Malabo y Marlowe sabe que el Sr.Kurtz es sólo una voz, un desgarro, y tanto en una como en otra se da la misma situación: alguien a quien no se le quiere dejar marchar.
Nada es estático, todo es dinámico, «nadie se baña dos veces en el mismo río» (Heráclito). Todo cambia, nada permanece. Las imágenes de nosotros mismos en el pasado quedan difusas y descentradas, perdidas cualquier intento de hallarlas de nuevo. Inútil el esfuerzo de Ellis en su búsqueda de lo soñado, la realidad es muy tozuda.
El otro día, nada más aterrizar aquí, me sentí rejuvenecido, como la primera vez que vine. Es una cosa rara la sensación de poder que un hombre blanco experimenta en África. Debería ser al contrario, como si fueras la excepción. Pero no, se nos atribuye una especie de fuerza.
-Porque usted es rico, un triunfador, y está sano. Puede otorgar favores. Ellos nos dan esa ilusión de poder. (pág.60)
Ficha:
- Título original: In the Lower River (2012)
- Idioma: Original: Inglés (Publicado por acuerdo con Peter Lampack Agencgy, Inc, Nueva York)
- Traducción al castellano: Editorial Alfaguara (2014)
- Traductor: Ezequiel Martínez Llorente
- Imagen de portada: Getty images
- Nº páginas: 372
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