Todos tenemos frases, pasajes o imágenes que a pesar de estar compuestos de letras se enquistan y permanecen. Por eso, a veces, sueño con machetes. Jamás he visto uno en la vida real pero en mi mundo onírico se perfilan brillantes y certeros. Desconozco de dónde viene esta recurrencia, lo achaco a ese trasvase que algún día debí realizar entre ficción-realidad, algo relacionado con mis propios límites y miedos… tal vez nunca lo llegue a saber. Pero ahí están, no puedo negarlos. Así, cuando mis ojos se posan en alguna página de un libro en el que se les menciona, aunque sea de pasada, ese poso de memoria reverbera y me impide continuar.
Los machetes de anoche los empuñaban niños y niñas que jugaban en un capítulo de una obra que tuve que dejar de leer en ese punto. Lo cual me impide hablar del libro en cuestión de la manera habitual; con un comentario, una opinión. De lo anterior me alegro porque creo que es tiempo de contar los libros también de otra manera. Si hay que buscar un culpable a todo esto, lo tengo claro: la culpa de todo lo tienen los machetes. Que no me dejan ni a sol ni a sombra.
Quizás anoche soñé con machetes para poder hacerlo.
Quiero decir, romper. Cortar. Abrir y empezar.
Nada hacía presagiar que dentro de Necesitamos nuevos nombres me los iba a volver a encontrar. La culpa de todo, entonces, la tiene No Violet Bulawayo. Porque me hizo ir con unos niños y niñas, moteados con pseudónimos, a un entierro. Nombres, otra vez. Está visto que no salgo de mis obsesiones. En esas páginas Sabediós, Bastardo, Darling y los otros acompañaban a los mayores que, a escondidas, caminaban hacia el cementerio, a donde llegaban los muertos a montones por la pandemia del SIDA pero no solo, para dar el último adiós a Nacidolibre. Este sí que es un nombre que me gusta, aunque tema que no pueda ser verdadero.
A Nacidolibre le entierran en un ataúd con una bandera que tiene un corazón blanco en el centro. Así se hace cuando la persona fallecida pertenece a la gente del cambio en un lugar que carece también de nombre pero que podemos intuir que es Zimbabue ahogada por Mugabe y sus seguidores. Sabediós, Bastardo, Darling y los otros hacen lo que hacen todos los niños del mundo: desobedecer a sus mayores. Y por eso se esconden en un árbol para poder fisgar a su antojo y para poder ver y escuchar a la gran masa enfurecida que llega de todos los lados. Es el día después de las votaciones cuando los sueños de una vida nueva se han hecho trizas contra la ineludible realidad y las voces se han plegado como las alas de una mariposa. Cuando, no hace falta decirlo, el ansiado cambio perdió su nombre.
Es entonces, en cuanto desparecen todos, el momento en el que los niños empiezan a jugar. En Necesitamos nombres nuevos Sabediós, Bastardo, Darling y los otros juegan mucho: al juego de los países, de los médicos, de Buscar a Bin Laden…esta vez a un juego relacionado con los muertos. En el cementerio juegan a recrear el momento en el que Nacidolibre es asesinado, haciendo saltar por los aires los límites entre ficción-realidad. Primero realizan una danza simulando que portan hachas, machetes y cuchillos, se sienten sedientos de sangre. Después se ceban con Bastardo-Nacidolibre y se confunde todo: el juego de los niños, la salvajada real que ha padecido el muchacho. Le insultan, le gritan, le increpan, se ríen sobre sus ganas de votar, sobre sus ansias de cambio… “aquí tienes tu democracia y tus derechos humanos, cómetelos” le dicen mientras saltan una y otra vez sobre él, golpeando, acribillando. A Darling lo que más le llama la atención es el silencio que imagina de Nacidolibre mientras le masacran. ¿Y la rabia?. ¿De qué sirve la rabia cuando no se usa para atacar?. No es nada, es “un perro grande y aterrador sin dientes”.
Una vez muerto, los niños que juegan guardan los imaginarios machetes ensangrentados y se preparan para darse a la fuga, dejando el cadáver de Bastardo-Nacidolibre atrás. Entonces unos cámaras de la BBC se les acercan, quieren sacar una foto, muchas, de aquellos niños y niñas que juegan de esa manera. Hay algo en algunos juegos infantiles que logran mostrarnos el horror de la manera más sencilla y más totalizadora. Por eso los reporteros de la BBC quieren captar el momento sin llegar a entenderlo. Lo que estos desconocen es que Sabediós, Bastardo y Darling se tuvieron que inventar juegos nuevos cuando su mundo se desmoronó. No Violet Bulawayo, muy hábil, los usa para transmitir a través de cada uno de ellos la injusticia de este mundo.
Necesitamos nombres nuevos ahonda en temas comunes cuando se habla generalizando de África, pero narra con una voz propia mucho más, incluso con un agudo sentido del humor, lo que es raro de encontrar. Pero eso lo dejo para otro día. Porque es cierto que me paré en ese capítulo y dejé el libro, pero también lo es que luego lo retomé y continué. Así que sí podía haber hecho un comentario como los de siempre, pero en el fondo no he querido. Por eso que os decía de romper. Supongo que no lo he hecho para no volver a hablar siempre de lo mismo, siendo literatura africana y tocando este libro los temas que toca, ya me entendéis. Pero también para sacarlo fuera y al ponerlo por escrito meterme en la piel de los niños que montan juegos relacionados con los muertos pero que no pierden la capacidad de reírse. Y por si conseguía tratar de olvidar, de una vez por todas, los malditos machetes.
Necesitamos nombres nuevos (We need new names, 2013). No Violet Bulawayo. Salamandra, 2018. Traducción del inglés de Sonia Tapia.
Tu fobia a los machetes me ha recordado una vez que me paralizó ver a un hombre que corría por la calle enfurecido con un enorme cuchillo en la mano.
Me gusta esta historia que rompe (corta) los límites entre la ficción y la realidad.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
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Gracias. Un abrazo siempre. Sonia
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