A Conrad se le recuerda, además de por su obra escrita, por su amor al mar, ya a los 17 años dejó los estudios y, en contra de la opinión familiar, se fue a Marsella para enrolarse de marinero, en la marina mercante francesa, su verdadera obsesión, y «se olvida que los últimos treinta años de su existencia los pasó en tierra, llevando una vida insospechadamente sedentaria». Se estableció en Inglaterra, formó una familia y se dedicó por entero a la literatura.
En 1899 escribió El corazón de las tinieblas y lo publicó en 1902. Hace ya más de un siglo. La novela se inicia en un bergantín con la narración de uno de los viajes de Marlow. Éste cuenta el recorrido que realizó en el pasado a África como agente de una empresa de marfil. Así narrará cómo llegó, qué es lo que vio, y cómo tuvo que remontar el río hasta dar con Kurtz, el enigmático Kurtz, perdido en las tinieblas.
Al narrador, Marlow, se le ha identificado con frecuencia como una especie de alterego del escritor polaco, que aparece en al menos otras tres novelas suyas. En El corazón de las tinieblas hay un pasaje en el que Marlow-Conrad nos describe ese momento en el que el deseo por viajar hacia un lugar desconocido (un espacio en blanco en el mapa) prende dentro, nos dibuja esa sensación de introducirnos en una aventura, en esa clase de viajes que parecen que en nuestro mundo globalizado actual han dejado de ser posibles, como escribe Nuno Cobre, «África casi ni resulta exótica. Por supuesto que lo es, pero no es ni de lejos tan desconocida como lo era en 1899.»
En aquella época había en la tierra muchos espacios en blanco, y cuando veía uno en un mapa que me resultaba especialmente atractivo (aunque todos lo eran), solía poner un dedo encima y decir: Cuando crezca iré aquí (…) Pero había un espacio, el más grande, el más vacío por así decirlo, por el que sentía verdadera pasión. En verdad ya en aquel tiempo no era un espacio en blanco. Desde mi niñez se había llenado de ríos, lagos, nombres. Había dejado de ser un espacio en blanco con un delicioso misterio, una zona vacía en la que podía soñar gloriosamente un muchacho. Se había convertido en un lugar de tinieblas. Había en él especialmente un río, un caudaloso gran río, que uno podía ver en el mapa, como una inmensa serpiente enroscada con la cabeza en el mar, el cuerpo ondulante a lo largo de una amplia región y la cola perdida en las profundidades del territorio. Su mapa, expuesto en el escaparate de una tienda, me fascinaba como una serpiente hubiera podido fascinar a un pájaro, a un tonto pajarillo. (pág.21-El corazón de las tinieblas, versión de Sergio Pitol, Editorial Lumen, 1991).
Leyendo este fragmento, podemos casi, casi, ver al joven Conrad con la nariz pegada al cristal mirando el mapa. Aquella magnífica serpiente que era el río Congo ejercía una fascinación sobre él y, a pesar de las burlas de los que no le creían, acabó yendo. Él mismo reconoció que sus vivencias en África formaron parte de esta novela.
Años después, El corazón en las tinieblas fue una dramatización radiofónica realizada en 1945 por Orson Welles. Años después, el cineasta Francis Ford Coppola adaptó la novela para dar forma a Apocalypse Now, película cuya acción se situaba en Vietnam, y que se iniciaba con el tema «The End» de The Doors, con su también magnética «the snake is long». Y, años después, estamos hablando de más de un siglo, esta obra se sigue leyendo, sigue inspirando, sigue preguntando y sigue removiendo.
La primera vez que leí El corazón de las tinieblas no tuve conciencia de estar leyendo un libro sobre la colonización africana como tema central, flotaba en mi algo inconcreto, profundo, terrible y desolador, semejante a haber abierto la puerta un poquito y haberla cerrado pronto ante el saqueo y la crueldad. Con el paso del tiempo y las relecturas (bastante recientes), al cerrarlo he llegado a sentir una especie de vacío clavado en la cuenca de mis ojos, como si hubiera asistido al descenso a unas tinieblas terribles e inabarcables (a lo anterior creo que han contribuido también y mucho Coppola y el Rey Lagarto), y hubiera contemplando insólita todo lo que al corazón se le había hecho callar durante tantos actos injustos, crueles y despiadados en tantas conquistas, en tantos saqueos y apropiaciones. ¿Cómo explicarlo?, ¿llegar a elegir las palabras exactas que lo condensen todo? Una serpiente enroscada en el corazón de la bestia.
El horror
Llegar a conocer la magnitud de ese abismo en el que muchos nos adentramos de puntillas, duro y firme como una roca (el poder absoluto, por encima de todos y a pesar de todos, masacrando y humillando). Y la locura, claro. Kurtz en el centro de esa espiral tremenda de tiranía y voracidad. Aquella sensación, aquel removerme entera, que provocó en mi su lectura, todavía me sigue ocurriendo y no tiene nada que ver con nada y tiene que ver con todo. No solo en la luz, pienso, la oscuridad es un buen lugar para buscarse y encontrarse. «Fue algo bastante sombrío, digno de compasión…, nada extraordinario sin embargo…, ni tampoco muy claro. No, no muy claro. Y sin embargo, parecía arrojar una especie de luz» (pág.20).
Kurtz y su planeta
Busqué este libro de ensayos Planeta Kurtz. Cien años de El corazón de las tinieblas, porque Chinua Achebe había escrito uno de ellos. «Una imagen de África: nazismo en `El corazón de las tinieblas», de Conrad’«, es una lectura muy crítica del libro argumentado que «(la novela) proyecta la imagen de África como «el otro mundo», la antítesis de Europa y, por tanto, de la civilización, un lugar donde la cacareada inteligencia y refinamiento del hombre son finalmente burlados por la bestialidad triunfante». Desde la antítesis que plantea ya desde el inicio, entre dos ríos, uno europeo, el Támesis (la civilización), el otro africano, el Congo (el salvajismo), de donde parte y a donde llega Marlow, Achebe va mostrando sus argumentos para mostrar lo pernicioso de la novela, sobre todo en relación a las personas.
Achebe no duda en llamar racista a Conrad (es una de las clásicas afirmaciones que se vuelcan sobre el escritor, al igual que su machismo). Para ello elige fragmentos tan significativos como éste: «los hombres eran… No, no eran inhumanos. Bueno, sabéis, eso era lo peor de todo: esa sospecha de que no fueran inhumanos. Brotaba en uno lentamente. Aullaban y brincaban y daban vueltas y hacían muecas horribles, pero lo que estremecía era pensar en su humanidad (como la de uno mismo), pensar en ese remoto parentesco de uno con ese salvaje y apasionado alboroto. Desagradable. Sí, era francamente desagradable; pero sí uno fuera lo bastante hombre, reconocería que había en su interior una ligerísima señal de respuesta a la terrible franqueza de aquel ruido, una oscura sospecha de que había en ellos un significado que uno, tan alejado de la noche de los primeros tiempos, podía comprender» (pág.43). Achebe resalta la descripción que realiza Conrad de uno de los africanos, el fogonero: se le tilda de «salvaje», se le compara con un perro que da saltos y brincos y se le llama «ejemplar perfeccionado», y también la contraposición entre las «dos mujeres» de Kurtz, la africana, salvaje y feroz; la inglesa, sensible y con alma.
Los estudiosos de El corazón de las tinieblas suelen decirte que a Conrad no le preocupaba tanto África como el deterioro de una mente europea causada por la soledad y la enfermedad. Te señalan que Conrad es, si acaso, menos caritativo con los europeos de la historia que con los nativos, que el tema del relato consiste en ridiculizar la misión civilizadora de Europa en África (…) En parte esa es la cuestión. África como escenario y telón de fondo que elimina al africano como factor humano. África como campo de batalla metafísico dedicado a toda la humanidad reconocible, en el que el europeo errante penetra por su cuenta y riesgo (…) La auténtica cuestión es la deshumanización de África y los africanos que esta eterna actitud ha fomentado y continúa fomentando en el mundo. (pág. 49)
La fascinación de lo abominable

En su clásico Verdad, idea e imagen en Conrad, Edward Said señala en qué se sustenta la afinidad entre Marlow y Kurtz en la novela: «en un nivel metafísico como una afinidad entre oscuridad y luz, entre el impulso hacia la oscuridad mantenida por Marlow hasta que ve a Kurtz y el impulso hacia la luz mantenida por Kurtz en la más profunda oscuridad» (pág.213). Ya que es el espíritu de aventura y el colonialismo los que han llevado a Kurtz al centro de las cosas, y es allí donde Marlow espera encontrarlo. Así, Lomomba Emongo y Patrick Cloos afirman que «innegablemente Conrad fue un crítico de la colonización (…) lo que no es óbice para que el autor de El corazón de las tinieblas sea él mismo merecedor de crítica» (pág.78). Porque si bien Conrad fue crítico no tomó distancia con aquello que fustigaba. Y aquello que fustigaba se torna testimonio en las bocas de los congoleños de la época, unos testimonios abrumadores.
Joan Bestard arroja un poco de luz sobre las últimas palabras de Kurtz, «El horror de Kurtz es realmente el horror de la colonización llevada a cabo por Leopoldo II, rey de Bélgica y del Estado Libre del Congo. Bajo la apariencia de una gran misión civilizadora se escondía el horror de una población que huye aterrorizada ante la presencia colonial o es esclavizada y castigada por los blancos (…) Conrad consideraba que era un buen conocedor del horror colonial. Así hablaba de él en una carta a un amigo: ‘Os podría explicar cosas. Cosas que yo he intentado olvidar y cosas que nunca conocí.’ » (pág.61) y Frank Westenfelder, tras dar un repaso a la figura de los mercenarios, afirma que «Probablemente, el horror del que Conrad nos habla tenía su origen en el propio espanto de verse enfrentado a una desaforada realidad de la que él mismo formaba parte. O quizás, como hijo de su tiempo, no estaba en disposición de aceptar la terrible banalidad del mal en toda su dimensión» (pág.251).
Simon Njami escribe, desde la «crítica cultural«, sobre el arte producido en África y su mirada. «El malentendido fundamental que persiste cuando cuando se habla de creación africana deriva sin duda del hecho de que, hasta el día de hoy, las definiciones y las categorizaciones han sido establecidas por unas miradas exteriores, y de que estas nuevas aspiraciones, en las que se basa el arte actual africano, no son siempre tenidas en cuenta.» (pág.152). Mientras, el escritor guineano Donato Ndongo, lo hace desde la «crítica política» y opina al igual que Jorge Luis Marzo que la novela no cuestiona la filosofía del colonialismo en si, pero sí la forma, los métodos empleados. Hablando del África actual señala » nada puede existir si no es otorgado por el líder: y de la misma manera, fuera de la protección del líder sólo son posibles las tinieblas, la nada. Así fundamenta Kurtz su poder, en el que la misión última, la acumulación de riquezas, se convierte en realidad en una finalidad secundaria, puesto que lo único importante es la dominación por si misma. Es, en palabras de Conrad, la «fascinación de lo abominable» que los imitadores africanos de Kurtz supieron asimilar» (pág. 129).
Retomando una cita de Conrad, «Porque uno sólo escribe la mitad del libro-insistía Conrad-la otra mitad está en el lector», Jeanne Randolph nos introduce en los pasadizos psicoanalíticos de la obra y enfatiza sobre el hecho de que ella es una mujer lectora: «nada en mi psique reconoce el tono de voz de Marlow; apenas puedo adivinar cuándo se muestra sarcástico; sus fugaces declaraciones acerca de sus propias necesidades casi se me escapan íntegramente, mientras que los atrozmente insignificantes hombres de la compañía que le irritan siguen siendo demasiado ubicuos en nuestro días, y el implosivo narcisismo que constituye la maldición personal de Kurtz es, por desgracia, una condición intemporal» (pág. 166).
Marc Roig nos trae la lectura a la actualidad. «Me parece un argumento absurdo pensar que los problemas políticos de África se deben a la falta de cultura o de preparación política de los africanos. Los africanos ofrecieron resistencia a la ocupación europea y luego, en los procesos de independencia, plantearon propuestas serias de soberanía. En el caso del Congo, el asesinato de Lumumba y el apoyo estadounidense y belga al golpe de estado de Mobutu truncaron cualquier posibilidad, cualquier sueño de un «verdadero Congo independiente» (pág. 195).
Joseph Conrad y Roger Casement
En Planeta Kurtz se menciona en varios lugares a Roger Casement (1864-1916). Este, según la Wikipedia, viajó a África por primera vez en 1883, a los diecinueve años. Trabajó en el Estado Libre del Congo para varias empresas y para la Asociación Internacional Africana fundada por el rey Leopoldo II de Bélgica. Durante su estancia en el Congo, conoció al famoso explorador Henry Morton Stanley y también a Joseph Conrad, que era entonces un joven marino y no había publicado todavía su novela El corazón de las tinieblas.
Joseph Conrad mantuvo una amistad con Roger Casement en cuya compañía se sentía a gusto, tal y como nos dice Joan Bestard, que aparece recogido en su Diario del Congo. Pero no llegó a la denuncia expresa y explícita a la que llego éste.
Casement escribió La tragedia del Congo en 1903, a donde fue enviado para narrar lo ocurrido allí. Viajó a África, convencido de que el colonialismo era un movimiento benéfico para los indígenas porque les aportaba el cristianismo y la civilización, era el sueño de Leopoldo II. Sin embargo, descubrió que era un sistema de explotación monstruoso y profundamente destructor.
Casement se abstiene casi en todo momento de hacer comentarios, se limita a transcribir testimonios y a describir lo que ve, y es precisamente esa neutralidad, volcada sobre la macabra fantasmagoría que describe, la que hace que su informe se convierta en algo más que un simple texto oficial o en una “galería de los horrores” (…) El tono de Casement no es frío porque le falte emoción, sino porque la emoción ha rebasado en él el límite de lo comunicable. (El Cultural)
Ficha:
- Título original: Planeta Kurtz. Cien años de «El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad» (2002)
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- Jorge Luis Marzo y Marc Roig son los comisarios de la exposición «El corazón de las tinieblas».
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- Editorial: Mondadori, 2002
- Autores: Chinua Achebe, Edward Said, Lomomba Emongo y Patrick Cloos, Joan Bestard, Frank Westenfelder, Simon Njami, Donato Ndongo, Jorge Luis Marzo, Jeanne Randolph, Marc Roig
- Páginas: 283
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