Harare, Zimbabue
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Ay, Harare. Su enigmática manera de vivir sin residencia fija, de vivir en unos bloques de pisos caros, pero anónimos y tristes. Una sociedad que ya no vivía de tiempo prestado, como en el pasado, pero sí de dinero prestado, de un plan de financiación, del mercado negro y de los escasos anticipos que sacaban con mucho trabajo del puño apretado del empresario. Harare, donde un grito en la noche era una señal para bajar las persianas; no es asunto mío quién asesina a quién.«La casa del hambre« 1978, Dambudzo Marechera. Sajalín editores (2014) pág,177

Por eso hay terror en Harare. (Suspira.). ¿Terror a qué? A la bondad y al amor. (Ríe). «La casa del hambre« 1978, Dambudzo Marechera. Sajalín editores (2014) pág,186

Después de toda mi vida en Zimbabue, solo conocía las poblaciones que se encuentran entre Mutare y Harare. Nunca sentí el deseo ni la inclinación de visitar otros lugares que no fueran imprescindibles para ir al colegio, al instituto donde estaba interno o a la universidad. Después, estuve exiliado nueve años en Gran Bretaña. Y, cuando regresé en 1982, me dejé caer en Harare de manera tan natural como un pez al que vuelven a echar a aquel lago que se había desbordado. Y no quería moverme de allí.«La casa del hambre« 1978, Dambudzo Marechera. Sajalín editores (2014) pág,178
Nadie es profeta en su tierra. El corazón blindado del ciudadano permanece impasible ante la belleza del país. Quizás sea esa la explicación. Tan solo el visitante, el inmigrante, reconoce la personalidad sobrecogedora, a la vez que balsámica, de nuestro país. «La casa del hambre« 1978, Dambudzo Marechera. Sajalín editores (2014) pág,177
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