Especiales Manai, Yamen

De animales y seres humanos. Títulos que nos hablan de sus relaciones desde las literaturas africanas

La editorial Oriente y Mediterráneo publicó hace unos años una obra magnífica sobre la vida de la primera mujer mauritana que pilotó un avión en su país: Mariem Mint. Su vida fue recogida por la antropóloga francesa Sophie Caratini. La hija del cazador es la reconstrucción de la vida de una mujer cuya infancia transcurrió entre los nmadi –cazadores– a los que pertenecía su padre. De entrada, ahí la frase que ha dado pie a esta pieza: “Habría mucho que estudiar en Mauritania sobre las relaciones con los animales, es un aspecto muy rico y totalmente ignorado“.

Un lugar común al hablar de África es aludir a su espléndida fauna. A menudo, es solo otro atrezo para narrar desde ese ángulo perverso y unidireccional que suelen ofrecer los narradores que hurtan los contextos.

Sobre esto ya escribió Binyavanga Wainaina en su breve ensayo Cómo escribir sobre África, en el que no dejaba títere con cabeza. En su opinión la manera en la que se escribe sobre África contiene también varios dardos en relación a cómo se plasma la relación entre animales y seres humanos. Una visión no exenta de lirismo, donde elefantes, felinos o gorilas son sublimados y enaltecidos sin tener en cuenta la parte de ferocidad que llevan en sus genes y que los convierten a menudo en especies conflictivas.

Precisamente, la última novela que ha caído en mis manos, escrita por un angoleño de nacimiento, tiene como eje central a un animal. Manuel Rui salió de su país para estudiar y volvió para participar activamente en la vida cultural y política del mismo. Su única obra traducida -escribe en portugués- hasta el momento de este autor es una pequeña joya. Si pudiera ser una ola, publicada en 1991, narra una historia en la Luanda de después de la independencia, que comienza con una situación que provoca incomodidad en quienes la conocen. Diogo lleva a vivir con su familia, a su pequeño apartamento, a un cerdo. La idea de cebarlo y luego comérselo, pero sus dos hijos se encariñan con el animal.

Esta breve y divertida novela dibuja en muy pocas páginas la situación que se vivió en este país tras la guerra civil, pero en esta ocasión prefiero centrarme en el animal y en la relación que mantiene con los miembros de la familia.

Un cerdo no se considera propio para mantenerlo en un apartamento urbano. Los adultos lo ven con desagrado, olvidando que en un pasado no tan lejano, animales y seres humanos convivían en armonía. En cambio, son los niños los que mantienen viva esa sensibilidad. La entrañable relación de los dos hijos de Diogo con el cerdo, al que tratan como un miembro más de la familia, nos habla de lo que es realmente importante y restablece el vínculo de los seres humanos con los animales que nos rodean.

La casualidad hizo que la novela que leí antes que esta tuviera como protagonista a otro animal. Nuestro bello abismo de Yamen Manai que plasma, entre múltiples cuestiones, la tierna relación de un joven tunecino con una perra de nombre Bella.

Bella, la hermosa protagonista inventada por Yamen Manai, habita un entorno injusto y hostil que la rechaza. El joven y airado protagonista encuentra en el animal todo el afecto y ternura que le escamotean familia y sociedad. En un mundo lleno de violencias y fachadas, un perro -las escuelas musulmanas principales solo permiten tener a este animal en el jardín o en las afueras del hogar y en el caso de tener cometidos como la guardia, caza, pastoreo…-, se convierte en su tabla de salvación. Pero ya lo dice el refrán “muerto el perro, se acabó la rabia”.

En La hija del cazador, de la que hablé al principio, los nmadi, en la Mauritania nómada, tienen también canes. “Confiábamos totalmente en esos perros. No eran de caza. Se dejaban acariciar por la familia, no eran peligrosos. Les hablábamos” (p.32). Los nmadi muestran, a través de la voz de Mariem, una alta conciencia ecológica y revitalizan el nexo natural con los animales que se pierde cuando estos perros son reclamados desde la ciudad para alojarse como guardianes de casas.

Los perros abundan en las narrativas africanas y, en ocasiones, tienen un papel central. Por mencionar alguna, Tiempo de perro del camerunés Patrice Nganang hace hablar a un can filosófico Mboudjak con su propio lenguaje perruno. Pero además de ellos hay lugar para otras especies menos comunes en el mundo occidental.

Ilustración Afrika Poem de ©Ruth Bañón

Oro en polvo del libio Ibrahim Al-Koni es la historia entre Ujayed, el hijo de un jeque tuareg y su camello (mehari) esbelto, hermoso y albinegro, que le regalaron cuando era niño y del que no podrá separarse. Entre ellos surge una profunda historia de amor que los volverá uña y carne. Al jinete se le conoce por su mehari y al mehari por su jinete. Un animal para muchos, un albinegro para Ujayed. 

Esta conexión íntima da un paso más allá en La confesión de la leona del mozambiqueño Mia Couto. Una novela admirable en la que la simbiosis entre animales y seres humanos es total, de manera que no acabamos de saber en qué lado estamos en ningún momento. La fauna se apodera de las personas y se mimetiza hasta ser un todo sin fisuras. El animal que todos llevamos dentro asoma fiero, terrible y a un tiempo tremendamente humano. Couto, biólogo de profesión, es el prestidigitador que lo hace posible. Las leonas emergen de lo más profundo del dolor y arremeten, heridas y zarandeadas, contra un mundo que las maltrata, las descompone y las aterroriza, con la fuerza de las mujeres en lo más íntimo de cada una de ellas.

Dejo para el final Memorias de puercoespín del congoleño Alain Mabanckou en la misma línea de conectar ambos mundos como si de uno solo se tratara. Es la historia de un puercoespín alter ego de un hombre, su doble, su otro. No hay separación entre ambos mundos. De hecho, el animal tiene pensamientos muy humanos y el hombre acciones muy salvajes. Esta interconexión completa un modo de estar íntimo e interconectado en relación con la naturaleza. El ser humano, nos enseña Puercoespín, es capaz de los más atroces crímenes, sin volver la vista atrás, sin reparar en sus acciones y sin piedad. Lo que revela el animal con púas es, precisamente, lo que a ellos se les endosa: la carencia de humanidad que demuestran muchos de los que se consideran de nuestra especie.

La hija del cazador  (La fille du chasseur, 2011) de Sophie Caratini. Traducción: Inmaculada Jiménez Morell. Editorial Oriente y Mediterráneo, 2016.

Cómo escribir sobre África (How to Write About Africa) de Binyavanga Wainaina.

Si pudiera ser una ola (Quem me dera ser onda, 2000) de Manuel Rui Monteiro. Traducción: Isabel Soler. Editorial Seix-Barral, 2000.

Nuestro bello abismo (Bel Amine) de Yamen Manai. Traducción: Editorial Txalaparta, 2023.

Tiempo de perro (Temps de chien, 2001) de Patrice Nganang. Traducción: Manuel Serrat Crespo. Colección Casa África. Editorial El Aleph-El Cobre, 2010.

Oro en polvo (ab-Tibr, 1997) de Ibrahim Al-Koni. Traducción: Ignacio Gutiérrez de Terán. Editorial Galaxia Gutemberg-Círculo de lectores, 1999.

La confesión de la leona  (A Confissão da Leoa, 2002) de Mia Couto. Traducción: Rosa Martínez-Alfaro. Editorial Alfaguara, 2016.

Memorias de puercoespín (Mémories de Porc-Êpin, 2006) de Alain Mabanckou. Traducción: Mireia Porta i Arnau. Editorial Alpha Decay, 2008.

Ilustración Afrika Poem de ©Ruth Bañón. Instagram: sarababyruthbanon

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